El diario La Nación, a través del proyecto Hambre de Futuro que tiene como fin darle voz a los niños mas vulnerables de la Argentina para conocer su realidad, viajó hasta San Luis para visitar la “provincia sin villas”, según lo manifestó a viva voz el propio gobernador puntano hace unas semanas atrás.
El 22 de octubre pasado, la pequeña de 5 años Naney Miranda, mostró al medio informativo el ranchito de 4×4 metros en el que vive junto a su mamá y sus dos hermanos en el barrio La República de la ciudad de San Luis, en el cual desarrolla sus actividades diarias. Se acomoda sobre la cama para pintar, hacer la tarea, comer y pasar el rato.
“Estábamos muy apurados y teníamos poco material, había que improvisar y por eso la hicimos con forma de carpa. Es un solo ambiente. Ahí nos acomodamos entre todos. Al fondo los chicos, al frente nosotros y en el medio la cocina”, cuenta Eliana Cabañes, su mamá.
El piso es de tierra, y en las paredes de pallets cuelgan camperas, buzos y carteras. No hay mesa ni sillas. Solo dos camas, una cocinita y algunos estantes para poner utensilios para el día a día. Su hermana Fiamma de 11 años, se fue a buscar leña al monte.
Hambre de Futuro recorrió algunas de las zonas más vulnerables de la provincia y se encontró con que en este clima árido, atravesado por la falta de agua y los cerros de fondo, muchos chicos viven en ranchos, expuestos al hambre y al frío.
LA NACIÓN quiso comunicarse con Nicolás Anzulovich, ministro de Desarrollo Social de San Luis, para conocer más sobre las políticas que están implementando para mejorar la calidad de vida de las familias más vulnerables y no obtuvo respuesta.
Según un informe elaborado por Unicef en base a cifras oficiales, el 64,3% de los niños y niñas de San Luis viven en hogares pobres, el 54,6% lo hace en familias con nivel educativo bajo, el 22,4% en viviendas que no acceden a un servicio público y el 12,6% pasa sus días viviendas con una calidad de materiales precarios.
Muchas de las personas entrevistadas tienen miedo a hablar y no quieren salir a cámara. Prefieren no arriesgarse a perder el Plan de Inclusión Social que otorga la provincia. “Les cortaron los sueños, los tienen controlados”, dice una fuente que prefiere no revelar su nombre.
Si bien el gobernador Alberto Rodríguez Saa ha dicho en más de una oportunidad que en San Luis no existen villas miserias ni asentamientos irregulares, el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) señala que hay 30: casi la mitad se encuentran en la capital.
El Barrio La República queda a solo 10 minutos del centro de la ciudad de San Luis. Todos los días nuevas construcciones empiezan a levantarse en los márgenes: el último registro arrojó que son alrededor de 1200 familias.
“Cuando llegué al barrio la mayoría tenía casas de palo, de nylon y tarimas, pisos de tierra. Algunos de a poco pudieron ir progresando y hacerse viviendas mejores. Otros están recién llegando y construyen ranchitos con lo que pueden”, cuenta Natalia Aumada, presidenta de la Fundación Merendero y Comedor Corazones Solidarios en el que mujeres y niños hacen fila para intentar alimentarse.
“Es muy triste ver a la gente que te pide comida porque tiene hambre y no poder darle. Hasta mi hija vio como tres hermanitos que no tenían nada para comer estaban raspando salsa de un plato. Y esas situaciones te marcan. Me da impotencia porque yo quiero hacer todo para ellos y no alcanza”, dice Aumada quebrada en llanto. Actualmente son 200 familias las que asiste con comida dos veces por semana, ropa, frazadas y padrinazgos.
La República es un barrio que crece. Y en el que todas las familias intentan, como pueden, mejorar su vivienda. “Hay otros asentamientos así pero me parece que este es el más grande”, agrega Aumada. Muchas de las casas de nylon tienen al lado los cimientos de una de material que están empezando a construir de a poco.
Karina Barrios vive en la casa 7 de la manzana 5. Tiene ocho hijos y con su pareja se acomodan como pueden en un rancho -de un ambiente- de madera y nylon. En el frente de la casa, ella junto a una de sus hijas empezaron a levantar las paredes de ladrillos de su futura casa.
Por ahora no tienen baño y solo dos camas de dos plazas que comparten entre todos. Sus hijas pasan frío y hay días que se despiertan con los labios morados. “Todo el día andan con campera para no sufrir el frío. Mi hija más chica tiene miedo de que se le caiga el techo y prefiere vivir con su abuela. No nos alcanza para comer ni para vestirnos. Por eso tuvimos que ir al comedor de Natalia. Toqué puertas por todos lados y te dicen que para “La República” no hay ayuda. En todas las placitas tenemos Internet pero hay gente que necesita para comer”, se queja Karina, que dice que hay miles de ranchos como el suyo. Y que incluso, hay algunas familias en peores condiciones.
“Hay niños embarrados hasta acá arriba, en casas con techos que se llueven. Lo más urgente es el frío, la ropa de abrigo y poder tener un baño digno. Yo lo único que quiero es que mis hijos estén bien y que sepan que todo el esfuerzo que yo hago es para que ellos puedan tener un futuro mejor”, dice esta mujer que cobra la pensión por madre de siete hijos y no consigue trabajo. Su pareja y sus hijos mayores trabajan haciendo changas.
Villa Mercedes.
En Villa Mercedes la realidad es muy parecida. En el asentamiento que informalmente se llama Eva Perón III, los terrenos se siguen tomando. Hasta allí llegó Jazmín Riveros desde Mendoza junto a sus papás y se levantaron una casita precaria de pallets, palos y silobolsas. Cuando ellos se instalaron había menos de diez familias y ahora el número está más cerca de las cien.
Es un cuadrado de nylon blanco, como esas carpas improvisadas que se levantan en los campos de refugiados o durante las catástrofes para contener a los afectados. Por dentro, un esqueleto de pallets de madera sostienen la casa de Jazmín Riveros, en el asentamiento Eva Perón III, en Villa Mercedes, San Luis. En un solo ambiente sin ventanas están ubicadas las camas cuchetas (Jazmín duerme en la de arriba), una mesa con sillas y unos estantes en donde guardan la ropa, los juguetes y los elementos de higiene.
“Siempre intento pedir deseos pero nunca se me cumplen. Mi sueño es tener mi propia casa. Otra. Que sea real porque esta es de madera y nylon. Yo quiero una de ladrillos, con cemento y pintura”, decía esta nena de 8 años en la entrevista que le hiciera LA NACIÓN el 24 de octubre pasado.
Como la suya, son muchas las viviendas precarias que se fueron levantando durante el último año en la zona. “Esto es un terreno tomado. Cuando llegué acá no había casi nadie, se contaban con los dedos. Pasado el tiempo se urbanizó y se llenó de familias, ya deben ser casi cien”, agrega Mariano, papá de Jazmín.
Desde Cáritas San Roque, día a día intentan acompañar a los que menos tienen de distintas maneras. Con esa premisa pusieron pie en este barrio y empezaron a asistir a distintas familias, entre ellos la Riveros. “En el asentamiento hoy viven más de 70 familias y día a día se suma una nueva casita armada con la misma precariedad que la casa de Jazmín”, cuenta Jorge Alberto Jornet, integrante de la entidad.
“Hoy fuimos a retirar comida porque no teníamos dinero”, cuenta Jazmín. También los ayudan con ropa y frazadas. Hasta allá fueron con su papá en bici, pedaleando durante cuarenta cuadras.
Aislamiento y falta de agua.
En las zonas rurales de la provincia, el aislamiento es el principal escollo con el que tienen que convivir las familias. El estado de los caminos, las enormes distancias y la falta de transporte público hace que llegar a todos lados sea más complicado. Jesús Videla vive en el paraje Balde de la Isla y cursa la secundaria en Trapiche, a 30 kilómetros. Su familia hace malabares todos los días para que pueda llegar y no perder la escolaridad. “Están feos los caminos. Ahora está más o menos porque pasó la máquina pero cuando sabe haber tierra es feo porque abajo hay pozos. La bici de mi papá se me pinchó y la que me prestaron en la escuela se le rompió el volante así que hay días en que vuelvo caminando”, cuenta este adolescente de 14 años. Su papá trabaja en una cantera cortando piedras y su sueño es convertirse en abogado para poder tener un trabajo estable.
“La comunicación en general es un problema. Este camino se pone muy difícil en esta época de invierno que se empieza a secar, los camiones que sacan las piedras también rompen los caminos. Las familias viven de ser puesteros de algún campo, algunos tienen sus animales, hay planes sociales también, alguno puede trabajar en las canteras de piedra que hay en la zona”, explica Juan Manuel Rigau, intendente de El Trapiche.
San Luis fue perdiendo, de a poco, sus reservas de agua. Las fuertes sequías y la falta de lluvias, hicieron que muchas familias ya no pudieran depender más de las vertientes o pozos de agua naturales. “Este es un año muy especial. Desde el 71 que no tenemos una crisis hídrica como la que se vive hoy en la provincia”, señala Rigau.
Fuente: LA NACIÓN (proyecto Hambre de Futuro).