Una de las mayores y más importantes revoluciones de la historia como lo fue la Francesa tuvo como resultado, ni más ni menos, que el reconocimiento de los Derechos Humanos como garantes de la libertad y dignidad de las personas de manera universal, bajo el lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad», siendo estos tres conceptos, los pilares fundamentales e imprescindibles para el desarrollo de una verdadera democracia.

Muchos años han pasado desde aquel 5 de mayo de 1789 cuando se dio comienzo a uno de los procesos más relevantes para la humanidad, llevado a cabo mediante una ardua lucha destinada a lograr el cambio de paradigma más significativo de nuestra historia moderna.

A pesar de lo que este movimiento significó para la evolución del derecho como protector de la justicia social y legal, actualmente, algunos dirigentes políticos interpretan y utilizan sus enunciados para su propio beneficio, instaurando un sentido antagónico a los principios democráticos con la excusa de «estar haciendo lo mejor o más conveniente para el pueblo», cuando, en realidad, juegan su propia estrategia con un único y sucio fin de perpetuarse en el poder a través del abuso de autoridad, alimentado por la confusión y el temor que instauran en la sociedad.

Con la promesa de «un futuro mejor», nuestra provincia fue cayendo desde hace 40 años en un circulo vicioso de populismo y miseria. La idea del Justicialismo provincial de excusar sus decisiones en base a una conciencia social o una agenda solidaria, ha sido la «gallina de los huevos de oro» para el encausamiento de una administración del poder del Estado completamente totalitaria y fraudulenta, que sólo se ha dedicado a utilizar los recursos del pueblo para financiar sus intereses, logrando convencer a gran parte de la sociedad de que también son los suyos, al punto de convertirse estos, en eventuales defensores de sus propios verdugos.

Con el a avasallamiento de instituciones imprescindibles para el desarrollo de una autorrealización genuina de cada individuo como lo son las educativas, de salud y seguridad, se consolida un aparato hegemónico de control. Las personas ignorantes y que viven con temor se vuelven aún más dependientes de un Estado «protector» y dejan de cuestionar lo establecido para comenzar a conformarse con lo poco que tienen, aun más, por las constantes advertencias de sus líderes de perderlo todo si no se logra perpetuar el modelo.

Por si todo lo descrito no sobrara para deducir que San Luis atraviesa una grave crisis institucional que se asemeja a un estilo de gobierno autoritario, el gobierno encabezado por Alberto Rodríguez Saá, aún tenía una carta más por jugar.

La inminente victoria de una consolidada oposición despertó un profundo temor en la cúpula oficialista asentada en Terrazas del Portezuelo. ¿Qué era lo que estaba fallando?. La estrategia había sido ejecutada al pie de la letra, nada había cambiado en cuatro décadas y la fórmula parecía imbatible, sin embargo, los números no acompañaban. Entonces fue cuando el actual gobernador recordó una vieja artimaña que a pesar de ser duramente cuestionada e ir contra todo principio ético, serviría como un oportunidad ante el oscuro panorama que se avecinaba.

En un desesperado intento por retener la gobernación (de forma indirecta, pero suya al fin) y con esta su impunidad, aprovechando el acompañamiento legislativo de funcionarios obsecuentes, el primer mandatario sanluiseño logró reformar el sistema electoral provincial para el 2023, estableciendo una modalidad tramposa que busca confundir a los votantes mediante la polémica Ley de Lemas, demostrando una vez más, que nada es más importante para él que conservar su poder, dejando en claro también, que la divisa que implícitamente acompaña a su gestión está muy lejos de aquella que dio una nueva concepción de democracia: «ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad» sólo actos egoistas y desleales que avergonzarían a quienes lucharon históricamente en favor de la prevalencia de la dignidad humana y la justicia.

Aunque a primera vista el hecho de empardar la Gran Revolución con la situación actual de nuestra sociedad suponga ser una comparativa un tanto desproporcionada, en términos fácticos hoy estamos viviendo nuestra propia revolución. Nos encontramos en vísperas del fin de una monarquía disfrazada de gobierno democrático que ha regido por 40 largos años, durante los que se cometieron todo tipo de actos que contradicen a los deberes de quienes ostentan la representatividad de un pueblo. Lamentablemente hemos retrocedido y es imperativo regresar al propósito de la lucha de esos hombres y mujeres que dejaron su vida para que la opresión y la tiranía llegara a su fin. Debemos reencontrarnos con el verdadero camino y nuestra máxima herramienta es y debe ser, hacer uso a conciencia de nuestro derecho a votar.

El próximo 11 de junio en la provincia se definirán mucho más que cargos políticos. No sólo significará una elección más de candidatos a ocupar bancas legislativas o poderes unipersonales a lo largo de nuestra querida tierra sanluiseña. Los distintos actos que coloquialmente se definirían como «manotazos de ahogado» llevados a cabo desde el oficialismo así lo demuestran.

Alberto Rodríguez Saá se juega la elección de su vida. Sabe muy bien que la derrota se convertiría en el final definitivo de su carrera política y en el comienzo de un inevitable proceso de condena social por las terribles decisiones que ha tomando a lo largo de tantos años dinásticos y que han conducido a un ruinoso estado institucional, social y económico de la provincia de San Luis.

Es primordial entender que depende de cada uno de nosotros lograr establecer los cambios necesarios y que la configuración de un futuro prospero es nuestra responsabilidad. No existen soluciones mágicas ni mesías salvadores, solo agentes comprometidos con la sociedad, que trabajan con ética en la función pública, con honestidad y transparencia y es nuestro deber saber identificarlos antes de delegarles el poder, para no cometer los errores del pasado y podamos, de una vez, avanzar hacia la consolidación del ideal de democracia que todos merecemos y que tantos han soñado.