Hay toda una variedad de posiciones surgidas de los debates y controversias existentes con relación al Liderazgo.
Diferentes autores como Katz, McFarland o García (quien se remite a los trabajos de Stogdill y Bass) explican sus definiciones sobre el Liderazgo relacionadas con el de tipo Político, conceptualizándolo, en general, como el ejercido por personas que marcan un rumbo y que pueden traducir su visión en una realidad concreta y, del cual, puede constituirse un Liderazgo unidireccional, emanado de un ser superior hacia sus seguidores, quienes aceptan obedecerlo sin cuestionamientos.

En este sentido, Hermann (1986), plantea la imagen del “Flautista de Hamelin” en la que el líder, al igual que hacía el flautista, utiliza recursos para conducir a sus seguidores por el camino que desea, siendo un tipo de dominación legitimada por la supremacía del poder sobre la libertad, en la que la ignorancia y el temor de las personas son, en esencia, ingredientes principales para la configuración de una sociedad dócil y sometida.

Las consecuencias de este abuso de control conllevan a distintos líderes a contraer la «enfermedad del poder» o el padecimiento del llamado Síndrome de Hubris, como resultado de transgredir los límites de la realidad por el uso constante y desmedido de la fuerza, resultando en una patología que se relaciona con la necesidad de perpetuarse en el ejercicio gubernamental, asociándose este síntoma, directamente con las prácticas de dirigentes autoritarios que solo se rigen bajo la premisa de «se hará como yo lo ordeno».

Desde una perspectiva histórica, nos resulta muy fácil distinguir líderes políticos argentinos, en todos los niveles del Estado, que han mostrado recurrentes síntomas de esta peste que contamina a muchos individuos que tienen relación con el ejercicio del poder público, y son los responsables de convertir a los Mandatos Constitucionales, en lo más parecido a un listado de buenos deseos o a un compendio utópico de objetivos.

La degradación sistemática de las Instituciones Democráticas que sufre nuestra Provincia por parte de la familia Rodríguez Saá y de sus camaradas desde el retorno de la Democracia, se ejerce desde un modelo de gobierno que dista mucho de reconocer al Pueblo como detentador originario del poder, condición sine qua non para un Constitucionalismo Democrático, utilizando la discrecionalidad, justificada por un aparente sobre entendimiento de las necesidades de la población, con el fin de ejecutar lo que ellos consideran que debe hacerse, satisfaciendo así sus propios intereses y logrando que la comunidad crea que lo actuado, es precisamente lo que se anhela.

Las preguntas obvias serían: ¿vivimos realmente en una Democracia?; ¿por qué nos sigue liderando un personaje sombrío y de dudosa ética y moral como Alberto Rodríguez Saá, el cual, claramente, está afectado por el Poder?; ¿cómo es que puede desarrollarse dentro de los controles estrictos de un Estado Democrático?. La respuesta es compleja, pero basta entender que a una Democracia, como la nuestra, no es posible encontrarla en un estado puro y, pueden interactuar junto con ella, el autoritarismo, la burocracia excesiva e incluso el totalitarismo, como consecuencia de una sociedad arrastrada a la ignorancia y temerosa por acciones deliberadas desde el órgano unipersonal, sirviendo como catalizador de un sistema social incapaz de luchar por sus propios derechos o controlar los actos de Gobierno.

Ahora bien, el actual Gobernador provincial, ¿lidera con autoridad genuina o solo es un reflejo del uso desmedido del poder? Pues bien, la respuesta es evidente. Es preciso observar las recurrentes, masivas y crecientes movilizaciones sociales en contra de las Políticas de Estado del oficialismo que se vienen suscitando en los últimos años en las Ciudades más importantes de la Provincia, demográficamente hablando; reclamos efectuados, no casualmente, desde instituciones fundamentales en cuanto a su rol principal, que realmente reflejan el grado de criticidad de la cobertura de las necesidades más básicas en nuestro territorio (salud, educación y seguridad), y son las que demuestran que algo está cambiando, ya no es fácil el ejercicio de actividades subrepticias efectuadas en el seno de la «Dinastía» y, el «desencantamiento» que se viene desarrollando a ritmo constante, deja un mensaje muy elocuente: el Gobierno pierde su fuerza, lo cual es el factor esencial que realmente mantiene su dominio, ya que la fuerza nada tiene que ver con la autoridad, siendo incluso directamente opuesta a ella y, el hecho de reducir la autoridad a la fuerza significa, pues, sencillamente negar, o ignorar la existencia de la primera.

Volviendo a la analogía del Flautista, según plantea el filósofo Alexandre Kojeve, el hipnotizador no tiene autoridad sobre aquel a quien hipnotiza, ya que el Liderazgo con autoridad es la posibilidad que tiene un agente de actuar sobre los demás, sin que esos otros reaccionen contra él, aún teniendo la plena libertad y capacidad de hacerlo; es decir, que es una relación que debe darse donde no exista uso de la fuerza o necesidad de infundir temor.
Alberto Rodriguez Saá es otro exponente de un modelo de política en vías de extinción, el que ejerce fuerza y violencia sobre la sociedad, al intentar desintegrar las Instituciones vitales para el ejercicio pleno de la Democracia, con el único objeto de obtener más poder, que le permita perdurar en el ejercicio público de manera directa o indirecta, por tiempo ilimitado.

La melodía demagógica e hipnotizante que funcionó como emblema de una clase política que prometía justicia social, comienza a desvanecerse entre los sonidos de la lucha; las personas que, desde la mirada del tirano, solo se representaban como miserables roedores comienzan a erigirse conforme a lo que verdaderamente son y se le fue privado, como verdaderos sujetos de derecho que se agrupan y pelean por su dignidad; el pueblo comienza a despertar y a demandar una nueva política, basada en un Liderazgo Efectivo-Democrático, que plantea la existencia de un Conductor que encuentra el equilibrio, que escucha y atiende las necesidades del pueblo, pero a la vez, sabe convencer y tomar decisiones justas; un Líder flexible en cuanto a la aplicación de cambios necesarios y que aprende, lo cual lo vuelve seguro y comprensivo, pero firme en sus decisiones y, que tiene cómo único propósito, obtener los mejores resultados para su pueblo.

La consolidación de un Nuevo Servicio Público está en proceso, en el que el eje principal sea el papel del Ciudadano y las implicaciones y repercusiones que su participación tiene en términos de gestión, prestación y evaluación de los servicios públicos, como así también, sobre el adecuado control referido a los actos de Gobierno, con el fin de constituir una Democracia saludable y plena, en la que la sociedad recupere su verdadero rol protagónico.