Muchas son las cualidades que describen al actual Ministro Secretario de Estado de Seguridad de la provincia de San Luis Luciano Anastasi, pero ninguna lo hace mejor que la definición coloquial «fantasma».

El término en cuestión, en una de sus acepciones corrientes, describe de forma vulgar y despectiva a alguien que presume de hacer o tener algo que no hace ni tiene. En el caso de Anastasi, una gestión competente del sistema de Seguridad Pública de nuestra provincia.

Hasta el momento de su asunción, el 10 de agosto del 2020, venía desempeñándose como coordinador del Ministerio de Justicia, Gobierno y Culto y fue parte del plan de  «trasvasamiento generacional»; término que usó el Gobernador para caracterizar a la renovación sistemática de dirigentes públicos por agentes más «jóvenes y emponderados».

Esta delegación de autoridad fue tomada con total literalidad por parte del designado ministro, quien desde ese momento, ha actuado con absoluta discrecionalidad, haciendo uso de su estatus y poder para llevar adelante una decadente administración basada en la soberbia, arrogancia y patoterismo.

Una evidencia de esto es lo ocurrido el 27 de enero del 2021 en la Villa de Merlo, día en el que, mediante un acto carente de todo respeto institucional y, como consecuencia de los reiterados reclamos de la comunidad merlina a través de su Intendente, por los continuos y crecientes hechos de inseguridad que se vivían en medio de una temporada turística intensa, el propio ministro Luciano Anastasi, se presentó acompañado de la plana mayor de la Policía y por un sequito de medios de comunicación provinciales a exponer una nota en mesa de entrada del municipio, mediante la cual, no solo responsabilizaba ridiculamente al ejecutivo local por la ola de hechos delictivos, sino que fundamentaba de manera reduccionista que el problema yacía en una aparente falta de mantenimiento de los terrenos baldíos y a un déficit de luminarias, cuando la problemática en terminos de seguridad es, sin dudas, algo que debe ser abordado de manera integral y no desde una mirada completamente sesgada e irracional.

Esta forma de increpar a los más débiles e intentar transferir responsabilidades indelegables, es una cualidad inherente al modelo de gobierno de Alberto Rodríguez Saá y sus secuaces, quienes usan el poder del Estado para atormentar a los Municipios y, en especial, a los que no se encuentran bajo su órbita política.

Mientras que el responsable de gestionar los mecanismos para garantizar el estado de seguridad de San Luis se dedicaba a entablar encarnizadas disputas de carácter personal con jefes comunales opositores, un contexto de violencia e inseguridad sin precedentes comenzó a dominar las calles provinciales, tanto que, al día de hoy, las marchas y movilizaciones en reclamo de mayor atención en este aspecto, se han vuelto masivas y convocantes a lo largo del territorio.

Asesinatos, desaparición de personas, robos violentos, narcotráfico y toda una variedad de hechos relacionados con la delincuencia se han convertido, lamentablemente, en una constante en las publicaciones de los medios de comunicación sanluiseños.

Estamos ante un verdadero estado de desprotección y vulnerabilidad. San Luis se ha convertido en una provincia que no encuentra un horizonte y cada día padece las consecuencias de la inacción e incompetencia del ministro Anastasi, quien se resiste a dar un paso al costado, tanto como su «protector», Alberto Rodríguez Saá, se resiste a admitir su inhabilidad, porque hacerlo, significaría ir en contra de su consolidado esqueísmo.

Por Guadalupe Lucero y en memoria de Diego Gatica, por todos los que sufren día a día los perjuicios de la ineficacia de quienes deben llevar adelante el trabajo de cuidarnos y velar por nosotros y nuestros seres queridos, es momento de que el  «fantasma» de la inoperancia y la desidia desaparezca de la escena política de nuestra provincia de una vez. Es tiempo de que oiga al pueblo en lugar de responder con sobrada altivez «a la renuncia me la pide Alberto», mostrando lo poco que le importa el juicio de quienes le otorgaron el poder que tan a sus anchas ostenta, sin un ápice de capacidad ni empatía.